Se negaba a comer y beber, llegando a desfallecer arrinconado, absolutamente deprimido.
Tras unos días recomponiéndose aislado, se empezó a encontrar mucho mejor, lo que este pobre chiquitín quería era estar solo, sólo así era capaz de soportar la vida en la protectora... pero de esta manera, los adoptantes no lo veían y le restaba posibilidades de salir adoptado cuanto antes. Cuando se encontró mejor lo volvimos a poner en una jaulita y para nuestra sorpresa, se adaptó mucho mejor.
Lo demás casi fue coser y cantar.
Muchas personas se interesaron por él y finalmente una fue quien se lo llevó a casa, seguidora nuestra y gran amante de los animales.
Ahora Yoyo vive esa vida que estuvo apunto de entregar por no poder tenerla, ahora es un perrito feliz y mimado que ha olvidado sus días en una jaula. Todo eso ha quedado atrás.
¡Yoyo desea que todos los demás que lo pasan tan mal como lo pasó él, logren también un hogar!
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